Mi vida con Bowie

Max Yakin Bozek
6 min readJan 11, 2016

Cuando era un niñito en mi primer infancia entré en el mundo de la música por la película Laberinto. De adolescente trabajaba en el verano sólo para comprar discos y libros. A los 13 años completé la discografía de los Beatles y los 14 ya tenía toda la colección de Bowie (los que existían hasta esa época) y seguí comprando todos a medida que salían, entre cassettes, vinilos, conciertos y piratas, los primeros CDs oficiales de EMI y los remasterizados por Rykodisc eran más de 40 volúmenes que ya enorgullecían los inicios de mi discoteca.

El primer cover que hicimos en vivo con mi banda de colegio fue Space Odditty, en el Auditoria Belgrano con arreglos de Steve Wallace en guitarra y míos en sintetizador, para que lo cantara con su voz grave y dulce Daniela Heredia. Al poco tiempo grabamos un demo de unos temas nuestros y como colofón el de Bowie bajo la supervisión de Diego Vainer, y con eso ya ni recuerdo qué premio ganamos de bandas de rock de colegio que organizaba la EMBA y el gobierno de aquel entonces. Mi primer premio de algo.

Bowie en River fue el primer recital grande que vi en mi vida, fuimos solos con un compañerito de escuela primaria, hasta ese entonces sólo había visto bandas nacionales y ese mega show Sound+Vision me explotó mi cabecita que ya sabía que quería ser artista multidisciplina.

Con mi segunda banda, también de colegio, que contaba con la voz de Ale Rodríguez hacíamos covers de las bandas nuevas del momento como Pulp, Blur y Suede; pero la gran estrella siempre fueron los covers de los viejos, los de Beatles y los de Bowie; así, con mis dedos atrofiados para el piano me aprendí a regañadientes a tocar Starman y Lady Stardust, entre otras para que las cantaran Daniela y Ale, porque a mí la voz no me daba.

Cuando conecté un sintetizador a un sequencer por primera vez en mi vida, a los 15 años via MIDI hice mi primer cover en la música electrónica, fue Warszawa del disco Low, posiblemente mi LP favorito de todos los tiempos.

Fede Churba era quien me grababa (de la discoteca de su papá) los vinilos de Queen y me los pasaba en cassette. Recuerdo especialmente un verano de “asaltos” y primeras novias que no paramos de hacer sonar y cantar Under Pressure. Luego, para un cumpleaños me regaló el libro Serious Moonlight que registraba la megagira de Bowie y sus aventuras con Iggy Pop y Lou Reed, el mundo de la música así me mostraba nuevos caminos musicales de los cuales Bowie me abría las puertas, del mismo modo que luego lo haría con Eno, Can, Neu! y tantos etcéteras. Ese Fede del libro y los cassettes fue mi primer gran amigo de verdad.

Cuando salió el tercer disco de Tin Machine (grupo de Bowie en los 90s) se lo encargué al papá de otro compañerito de escuela que viajaba a USA porque en Argentina no se iba a editar y el importado no se conseguía. También me trajo el CD Maxi single de Real Cool World (yo me ganaba unos mangos como dj), estoy seguro que el padre de Darío Lijtmaer nunca tuvo la menor idea de lo que estaba trayendo pero intuyo que se copó en conseguirlo porque el disco llevaba como título una frase judía: "Oy Vey, Baby" así que se recorrió las disquerías niuiorquinas con gusto hasta que dió con los discos.

En el curso de ingreso al colegio secundario conocí a Maxi Kritz, cuyo hermano mayor recién llegaba de vivir afuera y tenía el mundo de nuestros sueños en su placard, vinilos ingleses y libros, y biografías de músicos, entre las cuales una de Bowie vino a parar a mis manos para preparar una clase especial de música cuando estaba en primer año del secundario.

Black Tie White Noise se lo encargué una semana antes de su lanzamiento al vendedor gordito de la disquería Soleado que quedaba subiendo el primer piso en la esquina de Santa Fe y Coronel Diaz, me acuerdo como hoy, ese día tenía psicólogo y yo le hablaba del disco nuevo de Bowie solista después de tanto tiempo. El tipo me miraba como un freak.

Outside lo compré el primer día que salió, también pedido por encargo previo, esta vez al dueño de la disquería Rock n’ Freud de Arenales y Bulnes, quien me conocía por ser el niño que le pedía escuchar los CDs raros.

Earthling creo que ya se editó en Argentina y lo compré en Musimundo; con Vera lo escuchábamos a todo lo que daba mientras nuestros tours por la noche porteña en su autito denominado Rojo Lucifer.

Con Lean Ibarra fuimos a ver la presentación de ese disco en el estadio de Ferro, creo que en épocas de nuestro CBC para ingresar a la carrera de diseño.

El primer disco que le regalé a una chica fue Hunky Dory, y viendo el espléndido resultado que eso generaba, lo volví a regalar muchas veces, cada vez que en la post-adolescencia me enamoraba.

Scary Monsters fue el único CD que presté de mi colección selecta, ya a los veintipico, a mi novia de entonces, Catalina Lascano y luego de separarnos decidí dejárselo como testigo de un amor que me hizo crecer y que nunca olvidaría. El huequito faltante de ese disco en la colección (ahora “casi”) completa fue el empezar a entender el desapego y la impermanencia de una manera rotunda, el amor apasionado y un disco favorito, un día están y al otro se fueron, juntos y para siempre.

Ya en otro momento de la vida, cuando estaba sólo, intentando hacerme en una ciudad impresionante como Londres, ya había dejado la música por completo para dedicarme al diseño, pero fue un concierto de Bowie que me reconectó con el hacer del sonido, y me dieron ganas de volver a tener una banda; para lo cual, en mi regreso a Buenos Aires lo llamé a Sami Abadi y le dimos forma a ese maravilloso experimento que se llamó A Los Gauchos Psicomísticos del Miasma….

Hoy me encuentro en la Patagonia haciendo un libro sobre el desierto y Morón me dice que se murió Bowie.

Me cuesta entender “¿Cómo… si hace una semana sacó un disco hermoso…? ¿Cómo… si era Bowie?”, mi cabeza no entiende ¿No es es de esas personas que no pueden morir…?”. Ahora vengo a un barcito sobre la ruta, buscando una conexión de internet para para poder enviar unos trabajos; y de paso, mi facebook, mi twitter, instagram y todo lo que veo me confirman lo que me dijo Morón y al ratito repitió Carmen “¿Viste que se murió Bowie?”.

Mucha tristeza. Siento que se va una parte de mi vida, y a la vez, también me sigue enseñando sobre la impermanencia; y lo importante que es el arte, y los artistas, en este caso marcando de alguna manera todas las etapas de mi vida. Haciendo que entienda todo lo que que de otro modo hubiese tardado mucho más en entender. Transformando momentos muy difíciles de la infancia y la adolescencia, en momentos de poesía e inspiración. Haciéndome emocionar por una letra, por un mensaje anacrónico como Changes, o por una melodía perfecta como Life on Mars, de esas que te tocan en el alma y te modifican.

Ante todo esto y otros momentos que se me vienen a la cabeza con Bowie de fondo, sólo puedo decir gracias, gracias por haberme regalado la magia de la música; y gracias, por haber hecho de la vida un lugar más feliz y tanto más soportable cuando las cosas no me fueron fáciles.

Neuquén, 11 de enero de 2015

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